lunes, 31 de diciembre de 2012

Eterno como el Tiempo


Son las 21.40 de un 31 de Diciembre cualquiera en algún lugar.

Este cuento en realidad no va a tener nada de importante salvo el hecho de que es la última narración del año, este año y todos los venideros a partir de hoy, el día de su nacimiento. Todo a partir de que no se me antoja decir qué año es ni en qué momento de mi vida fue concebido. Al breve instante de comenzar, sin reflexionarlo demasiado encontré una peculiaridad interesante en el anterior detalle. El hecho de hacerlo atemporal, por un breve momento me acaba de otorgar el poder que la narradora sajona Mary Shelley otorgó a su personaje el Doctor Víctor Frankenstein, en su “Prometeo Moderno”. La capacidad de crear vida, algo no menor en nuestro universo. El mismísimo Frankenstein hizo un ogro verde medio deforme que terminó de mayordomo de los Addams, es decir un monstruito sin más pena ni gloria que doblarle los calzones a una familia de locos. Yo por mi parte hice una breve historieta sin contenido que igualmente resucita todos los años. Es más, quizás que una vez terminada su escritura viajó al pasado y comenzó a resucitar y recuperar vidas hasta llegar al día de hoy; lo cual haría creer que este cuento es un ser supremo si es que posee la capacidad infinita de resurgir anualmente para convertirse en presente por un rato. Así por algo tan sencillo como omitir el año, este puñado de palabras va a morir instantáneamente todos los primeros de enero pasando a ser irrelevante, una simple crónica del pasado, polvo bajo la alfombra, anécdotas del reloj. Sin embargo, cual ave Fénix (pero seguro que no como el cuadro de fútbol uruguayo), este compendio de vocablos mínimamente ensamblados resurgirá por lo menos durante dos horas al año, para vivir de a puchitos el resto de la eternidad.

¿Y vos cuántas resucitaciones tenés? ¡Chupate esa Jesús!