jueves, 17 de mayo de 2012

TRAFICANTE


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Es la hora de la cena. René se encuentra fumando un puro cubano mientras inspira el aire que proviene de la copa de Cognac que bate suavemente con su mano izquierda. Admira silenciosamente la última pieza de arte traída desde África que ha incorporado a su arca del mal gusto. Una estatua con la figura desnuda del Príncipe Rastafari Jah chupando una rana que en total mide unos 40 centímetros de altura realizada en marfil blanco, cuya principal peculiaridad además del renacuajo es que posee un miembro desproporcionado de 26 centímetros en tamaño real, constituyendo la pieza más extravagante de su colección personal de macacos porongudos del mundo.

Mientras tanto, Rita su esposa hace caer sobre Anita (una de las tantas sirvientas de la enorme finca de cien hectáreas que habitan en medio de un área remota en la selva ecuatorial) una reprimenda por la demora en el servicio culinario nocturno. Muestra así la faceta de la hermosa rea devenida en fina dama que en forma rancia reta a quién le place, porque su vida de fiaca no tiene mayor encanto que eso. Se ha convertido en la carie que habita el lateral interior del diente por debajo de la encía, empecinada en producir cierta molestia como la experimentada por la audición ante una cuerda que alguien no supo atar al enclavijado apropiadamente, impidiendo esto afinar dicha hebra canalizadora de sonidos en forma adecuada.

Rita: ¡Anita! Ya tú sabes que debes aderezar con delicadeza cada feta de carne. Frita además con aceite de palma el arroz que es cómo le gusta a René su Nasi Goreng. ¡Pronto! (Mientras comenzaba a aplaudir en señal imperativa de ponerse en movimiento) ¡Hazlo pronto! ¡Ya, ve!

Anita: Si mi señora.-  Dijo la empleada mirando al suelo con voz de resignación.

La cara de René expresa que se encuentra preocupado, pues la táctica del saco de café ha llegado a su fin como medio útil para comercializar su pura arena. Debe tantear otra alternativa afín, que sin afectar la calidad de su producto pueda saltear tanta inspección y traba burocrática en las fronteras. Está cansado también de repartir la renta que su negocio genera al dar a los cerdos de aduaneros, policías, políticos y otros tantos una pequeña cifra como la que pide el estudiante de economía u arquitectura uruguayo que va de puerta en puerta ofreciendo una rifa con el afán de embarcarse en una cita con el mundo.

En este momento cranea cómo romper la tranca que ata su actual negocio al puerto del fracaso. Está dispuesto a pagar una tarifa razonable a todo aquél que se quite la careta en forma sensata haciendo nacer una relación comercial fructífera, pudiendo levantar del actual trance el cargamento que posee que no cuenta con carta blanca para viajar.

Tira ideas al azar en busca de la inspiración pero no es hasta que una imprudente lauchita roza su pie para abstraerlo de su tormenta creativa. Cuando reacciona, sin éxito tienta de atestarle un pisotón mortífero en forma fallida, sólo para observar como la pequeña rata se escapa a través de una rendija con la velocidad con la que un tren atraviesa un túnel en una montaña… ¡Listo! ¡Eureka, eso es! Construir un riel subterráneo entre dos puntos con vagones impulsados mediante un sistema de poleas. No se trata de nada descabellado y le ahorraría un montón de problemas. 

Se levanta y comienza a cantar “Azul” de Cristian Castro en forma de celebración, quizás hasta contrate al ídolo pop latino del que tanto es fan para festejar su genialidad con una gran fiesta.

Por eso es que René es un buen traficante…

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